De mi madre he heredado su silueta delgada y su piel clara, de mi papá su cara redonda, sus manos y su intolerancia a la lactosa. Eso sí, también heredé su lucha por la vida, su responsabilidad por el trabajo y su esfuerzo. En cambio, también me quede con algunos de sus miedos. Aún recuerdo cuando siendo una niña pequeña, mi madre me decía: ¡eh, no te subas a ningún árbol que te puedes caer!
En cierto modo lo pienso y veo normal que mi madre se preocupara por mí, seguramente les diga exactamente lo mismo a mis hijos. Lo que me hace pensar, es recordar a mis primos subirse como monos a una velocidad de vértigo a esos mismos arboles sin hacerse ni un rasguño, ¡qué envidia les tenía! Pero claro cómo me iba a subir teniendo la vocecilla de mi madre diciéndome: ¡ten cuidado que seguro que te vas a caer!
Lo que quiero decir con esto, es que los padres tendrían que trasmitirles confianza a sus hijos, y tener mucho cuidado con los miedos que se le trasmiten, ya que puede repercutir negativamente en sus vidas. Un ejemplo que veo con mucha frecuencia es el miedo al dentista: los típicos comentarios: ¡solo te va a doler un poquito! o ¡cierra los ojos cuando el dentista te pinche! Son miedos que infundimos a nuestros hijos que solo le producen ansiedad y desamparo. Creo que sería mucho más aconsejable para el niño animarle, infundiéndole seguridad y confianza.
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